Cuarenta años de trabajo. Eso es lo que celebra el Cinep, sin contar otros seis añitos de niñez, en los que se debatió, como cualquier recién nacido, para definir y encauzar su identidad. El sueño de sus creadores era muy ambicioso: contribuir a instaurar una manera de vivir más amable para toda la población de Colombia. Algo que tenía que ver con la justicia.
El final de los años 60 traía muchas ilusiones y grandes expectativas. En Cuba se libraba el pulso entre los Estados Unidos y la Unión Rusa Soviética. En toda Latinoamérica pululaban brotes guerrilleros. En Colombia nacían las FARC, el ELN y el EPL. Por el otro lado, los militares brasileños y los argentinos se instalaban en el gobierno. Acababa de terminar el Segundo Concilio Vaticano y se gestaba la Teología de la Liberación, como un producto latinoamericano. Camilo Torres había optado por la guerrilla, viendo que el sacerdocio no le ayudaba. La Conferencia Episcopal de Colombia había declarado que: “La miseria de los minifundios y de los barrios pobres; el contraste entre los gastos inútiles de los ricos y las necesidades de la muchedumbre; la inercia de tantos frente a la urgencia de desarrollar la economía del país, es una ofensa a la conciencia humana y a los principios del Evangelio”.
En medio de todas estas conmociones del subcontinente, el grupo de padres jesuitas tenía la visión de una república moderna, edificada por medio de acuerdos entre los colombianos, en contraste con lo que se había visto, durante los años 50, de una clase política pugnaz, poco previsora y, menos aún, democrática. La visión de los fundadores del Cinep, era, pues, un país que lograra superar su tradicionalismo conservador de una estructura de clases sociales impermeables, sobre la cual se estaba erigiendo un modelo económico acumulador de riqueza y destructor de la dignidad humana.
La estrategia inicial se definió como contribuir al conocimiento de la sociedad y actuar en consonancia. Con lo cual se trataba de esquivar el modelo universitario de “viva la ciencia pura, aunque no le sirva a nadie”. Y dicha estrategia se fue adelantando, a lo largo de los años, con algunos recursos propios, pero con muchos más recursos de la cooperación internacional. Era, pues, un modelo de estudio para la acción y de acción estudiosa, que trataba de mejorar la plana de la administración pública nacional donde se hacen estudios para archivar y una acción que poca cuenta tiene de las necesidades concretas de los grupos poblacionales a los que cree, o por lo menos dice, estar sirviendo.
Uno podría abrigar grandes dudas acerca del impacto de semejante estrategia, después de 40 años, cuando lo que se observa es que en el país hay cada día menos administración pública y más privatización de todos los servicios sociales, más acumulación a rajatabla y menos redistribución. Sin embargo, lo que ha pretendido el Cinep no es “hacer el cambio social rápido y total”, como alucian los que escogen la lucha armada, sino, un objetivo mucho más modesto: sembrar semillas de cambio. Y este objetivo tiene que ver con la transformación de la conciencia individualista del niño a la conciencia solidaria del ciudadano adulto y responsable, para lo cual, hay que hacer algo, dado que solamente se aprende haciendo. En esas estamos.
A lo largo de su camino hacia la adultez, el Cinep se regocija porque cumplir cuarenta años y poder contar el cuento de haber sido el seminario de dirigentes comprometidos, profesionales concienzudos y funcionarios públicos incorruptibles es un logro nada despreciable. Más interesante, más satisfactorio y menos despreciable aún, es el haber sobrevivido a las sucesivas persecuciones y hostigamientos por la defensa de los derechos humanos. Sin habérselo propuesto como misión específica, el Cinep se encontró de manos a boca con las avanzadas de la fuerza estatal y de otras fuerzas armadas en contra de quienes piensan que los recursos del país les pertenecen a todos los colombianos y no solamente a un grupo de ‘avivatos’. El paso por este “camino largo, oscuro y culebrero” le ha permitido descubrir, aprender y denunciar unas cuantas vergüenzas de esta desorganización organizada que llamamos Colombia. Y ese aprendizaje le ha dado mucho más luz a la visión y mucho más fuerza y entusiasmo al cumplimiento de la misión recibida de la Compañía de Jesús hace cuatro décadas.
En medio de su celebración el Cinep agradece a todos aquellos que han querido acompañarlos en este laborioso camino, porque esa amistad franca y toda la ayuda recibida son otras causas principales de que hoy pueda celebrar gozosamente su cuadragésimo cumpleaños.
Alejandro Angulo Novoa, S. J.