Con su caminar lento y seguro, dado quizá por sus 71 años de experiencia, doña Melbita, como cariñosamente la llaman, llegó a un proceso de capacitación que inició el pasado 12 de agosto en torno a la prevención de la violencia intrafamiliar y de género. Atendiendo y cumpliendo todas las medidas y protocolos de bioseguridad, se vinculó a la dinámica del taller que por más de dos horas y orientado por profesionales del IMCA, se convirtió en un escenario de diálogo para un grupo de mujeres de la vereda Campo Alegre, en el municipio de Ginebra – Valle del Cauca. En este espacio de construcción colectiva compartieron experiencias y puntos de vista de la realidad que vive la sociedad colombiana; profundizaron en aquellas características de los hombres y las mujeres, haciendo una reminiscencia de aquellas que fueron propias de épocas pasadas, comparándolas luego con las que hoy describen al hombre y la mujer del siglo XXI… Hay cosas que han cambiado, afirman algunas, pero existen otras que se mantienen, por ejemplo, el machismo, concluyen todas.
El desarrollo del taller implicó también que las mujeres compartieran sus sueños, así que, en un papel en blanco ellas fueron trazando líneas que configuraban diferentes formas y les daban vida a esos anhelos de corto, mediano y/o largo plazo. Doña Melbita por su parte, no realizó dibujo alguno, ella lo tenía claramente definido en su mente; cuando llegó su turno en el momento del compartir, dejó que su corazón hablara y en esa sencillez que la caracteriza expreso que su sueño no es otro que continuar disfrutando de su finca, de sus cultivos, de sus animales, pero asevera de manera contundente que lo más importante será siempre contar con salud para seguir cultivando la tierra.
Escuchando hablar a doña Melbita, cierto interés me suscitó a indagar un poco por su vida. Me contaron que actualmente está estudiando quinto grado de primaria y que disfruta esos instantes en que se coloca frente a un computador. Sin embargo, me aseveran que su pasión es la agricultura, que tiene una pequeña finca donde cultiva y cría animales, que cada ocho días se traslada desde la vereda hasta la plaza de mercado para así ofrecer a sus clientes los productos de su esfuerzo y trabajo diario; para llegar al mercado campesino, recorre en jeep más de una hora y media por una vía que se encuentra en condiciones desastrozas. Cuesta creerlo, pero esta es la realidad del campesinado en Colombia, hombres y mujeres que lo dan todo y ofrecen casi toda su vida a esa loable labor de producir alimentos, actividad que la mayoría de las veces es poco valorada, pero que sin lugar a dudas, a pesar de las adversidades, sigue estando vigente por el esfuerzo de muchas personas que ven en el campo su sueño y proyecto de vida.
Estos elementos me motivaron a conocer la finca de esta amable señora. De verdad es digno de admirar el trabajo que doña Melbita realiza en su finca, cultiva una amplia diversidad de productos, el café es uno de los principales, pero su esfuerzo también lo concentra en la huerta de hortalizas, legumbres y plantas medicinales. Además, se dedica a la crianza de gallinas para obtener huevos, así como de pollos que luego de 50 días comercializa en el mercado campesino; a estos animales los alimenta con una dieta basada en maíz y la complementa con el uso de los forrajes que ha sembrado en la finca, como por ejemplo el nacedero, el botón de oro y el bore.
Recorremos juntos su huerta y los lugares que se encuentran destinados para la cría de los animales; mientras caminamos, me cuenta que hace parte de la Asociación del Mercado Campesino – ASOMERCA, y me agradece por el apoyo y el acompañamiento que el IMCA está realizando desde hace algunos años en torno al fortalecimiento de esta organización campesina. “Ustedes, las comunidades campesinas son nuestra razón de ser doña Melbita, son quienes le dan vida a la misión del IMCA y queremos seguir caminando a su lado porque valoramos enormemente el papel que cumplen personas como usted y familias campesinas como la suya”, de esta manera le asevero nuestro compromiso con el campo.
Una semana después visité de nuevo su finca, la excusa fue tomar un par de fotos para esta nota, y allí estaba, en su huerta, con azadón en mano y haciendo lo que más disfruta. Doña Melbita aprovechó esta visita y me presentó el dibujo del sueño que compartió ocho días antes durante el taller; me comentó que como ella no cuenta con esa habilidad para dibujar, su nieto le colaboró con la tarea, la que orgullosamente presentó durante la segunda sesión del taller a sus demás compañeras. Así es doña Melbita, una mujer campesina que de vez en cuando deja escapar una leve sonrisa que se conjuga con el brillo de sus ojos que transmiten esperanza.
Redacción
Pedro Antonio Ojeda Pinta